Resulta
contradictorio. Los periodistas debemos estar informados. Compilar todos los
datos posibles y mantenernos al filo de la actualidad. Sin embargo a veces te
dan ganas de tirar la tele por la ventana, quemar el ordenador, y reservar los
periódicos para envolver el pescado…
En la era de la
información, el ruido es cada vez más ensordecedor. Y donde antes fluían los
datos, más o menos tendenciosos, en las páginas de los diarios, los
informativos televisivos o los partes radiofónicos, ahora abundan las opiniones
prestadas, los prejuicios, y los castillos construidos con frágiles cimientos,
hundidos en refritos una y otra vez replicados desde internet. Pero datos, lo
que se dice datos… pocos.
Resulta
frustrante escuchar a los “expertos” en terrorismo, que lo más cerca que han
tenido a un terrorista es en la pantalla del cine, sentenciar sobre las
motivaciones, los objetivos o las interrelaciones de los grupos amados. Frágiles
prospectivas.
Resulta
frustrante escuchar a los contertulios televisivos, la mayoría consumidores del
producto, opinar sobre la prostitución, cuando su contacto con ese mundo no va
más allá de echar un polvo de pago de vez en cuando… algo a lo que no les
gustaría renunciar. Frágiles argumentos.
Resulta
frustrante escuchar a analistas de la violencia, que nunca se han molestado en
convivir con los violentos, sentenciar sobre los cómos y por qués de la
agresividad ultra. Frágiles razonamientos.
El trabajo
encubierto, es decir, conviviendo durante meses desde dentro con esos
colectivos sociales, te ofrece una perspectiva mucho más profunda, completa y
objetiva de las motivaciones, las estrategias, y los elementos que componen
dichos fenómenos sociales. Por eso te muerdes la lengua hasta hacerte sangre al
escuchar la cantidad de prejuicios, especulaciones y tonterías que se vomitan a
diario en los medios de comunicación.
Y hoy, que se ha convocado una nueva manifestación de
indignados, desde lejos de casa, la indignación vuelve a corroerme por dentro,
al leer lo que se ha publicado los últimos días en relación a la brutal
agresión a más de 80 funcionarios de policía durante la última.
Ya lo expliqué
en “Diario de un skin” y en “El Palestino”, pero en España los libros llevan
las de perder ante el bombardeo mediático de la omnipotente televisión, solo
superada por el ruido de internet, principal fuente de información de
“intelectuales”, periodistas y analistas.
Tras la
infiltración en el movimiento nazi, y después de perder algunos meses siguiendo
la pista al Caso Alcasser, y a sus endogámicas conspiraciones, el equipo de
investigación me encargó una infiltración en la extrema izquierda. Así me
convertí en Ralph, un joven recién llegado de la Cuba revolucionaria a la
Barcelona anarquista y antifascista. Me integré en una casa okupa de la ciudad
condal: el Forat de la Vergonya, y me convertí en un activista
antiglobalización durante meses. No me limité a repetir opiniones prestadas,
sacadas de algún blog, ni formé mi criterio en base a bibliografía, programas
de TV u otras “fuentes abiertas”. Yo comí, dormí, y viví con ellos. Y también
aprendí a “cazar policías”.
Me infiltré en
el comité de acciones contra la Europa del Capital, el organismo que gestionaba
las acciones durante las protestas de aquel año. Participé en tediosas e inacabables
asambleas. Recibí hostias de las UIP, las mismas que hace unos días recibieron
una sobredosis de su propia medicina, al encabezar las manifas encapuchado como un miembro más del black bloc, y fui testigo –y lo que es más importante, lo fue mi
cámara oculta- de los bastardos intereses que gestionan la indignación popular
con fines políticos o de inteligencia.
El Forat de la
Vergonya se convirtió en mi tapadera. Situado en el barrio de La Ribera, en
pleno Casc Antic, a poca distancia del MACBA (donde años después grabaría las
obras sobre mi “padrino” Carlos el Chacal), y del Rabal (donde más tarde
conocería algunas prostitutas durante la infiltración en la trata de blancas, y
donde frecuentaría después, alguna de las mezquitas consideradas más “peligrosas”,
durante “El Palestino), el Forat era entonces una de las casas okupas más
activa y relevante de Barcelona.
Y con aquella
tapadera, la de “el cubano” del Forat, pude ampliar la investigación en
distintas partes del país. Siendo objetivo de la policía (llegaron a detenerme
para identificarme varias veces, tanto Mossos d´Esquadra –en Gerona-, como CNP -en
Madrid o Compostela-). Y mi cámara oculta grabó todas y cada una de esas
situaciones. Pero si yo también recibí
los porrazos de las UIP, fue porque estaba en el lugar apropiado y en el
momento oportuno. Gajes del oficio. Sin embargo no seré yo quien se atreva a
afirmar, como he leído estos días, que los policías brutalmente agredidos en la
última manifa “lo llevan en el sueldo”. Resulta sorprendente como algunas
personas, que aseguran abominar de la violencia, la justifican, no obstante,
cuando ello no perjudica a sus prejuicios políticos.
Supongo que, a
estas alturas, me habré ganado la presunción de inocencia en cuanto a mi
ideología. Solo los más radicales de ETA, los grupos armados bolivarianos, y el
integrismo antisistema, que se consideran “victimas” de “El Palestino”, se
atreven a acusarme de nazi… No lo soy. Y
creo que cualquier lector medianamente objetivo lo tendrá claro tras leer
“Diario de un skin” y su continuación en “El año que trafiqué con mujeres”. Aún
así, asumiré el riesgo.
Durante mi
infiltración en el movimiento de extrema izquierda me encontré los mismos
prejuicios, la misma violencia, y los mismos fanatismos que en la extrema derecha.
Y también las mismas manipulaciones de la ideología sincera de las bases, por
intereses bastardos. Como el reflejo en un espejo. Dicen que los extremos se
tocan.
En Galicia mi
cámara oculta grabó como, en la sede de la CNT, “pacíficos” manifestantes
anti-sistema mimetizaban lanzas y escudos, como inocentes pancartas,
preparándose para enfrentarse a las UIP, y como escondían palanquetas para
arrancar adoquines en plena manifestación, como los que le han reventado la
cabeza a varios policías hace unos días.
En Barcelona mi cámara oculta grabó los talleres de artes marciales, en el Forat de la Vergonya, donde se nos enseñó técnicas de combate específicas para atacar a las UIP. Cuales eran sus puntos débiles entre las defensas del uniforme, como derribarlos, como rematarlos en el suelo… como hacerles daño. Jóvenes antisistema de cinco nacionalidades, excluyéndome a mi, participamos en aquellos talleres de violencia “defensiva” contra la policía. Porque aunque nuestra indignación esté dirigida hacia los políticos, los funcionarios de policía que patean las calles son mucho más accesibles para recibir nuestra ira, que sus mandos o los gestores que nos gobiernan. Como si ellos no fuesen ciudadanos, con los mismos recortes, hipotecas y problemas que el resto…
Aprendí a hacer
cócteles molotov, potenciando la formula con cola, para que la combustión de
los cajeros bancarios fuese más
eficiente. Participé en la redacción y la distribución de los folletos, donde
se explicaba a los manifestantes más violentos como debían comportarse en el momento de la “batalla”, como protegerse
de los gases lacrimógenos, o como, en caso de detención, debían llamar a
ciertos abogados “afines a la causa”, y denunciar, por norma, la “violencia
policial”.
Estoy seguro de
que la mayoría de aquellos jóvenes rebeldes, antisistema, okupas, anarquistas,
o antifas, eran absolutamente sinceros en sus protestas. Que además considero
legítimas. Pero de la misma forma en que hipócritas líderes políticos de la
extrema derecha, se lucran con la prostitución de cientos de miles de negras,
sudacas o asiáticas -mientras sus borregos seguidores neonazis proclaman la
expulsión de los extranjeros como baza política-, con la extrema izquierda ocurre
exactamente lo mismo.
Aquellos jóvenes
antiglobalización, que ejecutaban la violencia contra la policía en las calles
de Catalunya, Madrid, Galicia o Euskadi, solo eran peones de un juego más
ambicioso.
En aquella
infiltración recibí la asesoría de una fuente que en aquellos días trabajaba
para el CNI. Cuando llegamos a la primera reunión, yo identifiqué a un
informador de los Mossos d´Escuadra, y me amigo me reveló que otro de aquellos
“violentos antisistema” trabajaba para CNP, y otro más para Guardia Civil… Al
final, casi todos los asistentes a aquel comité, para establecer las “acciones”
en las calles, éramos infiltrados. En mi caso un periodista, en el del resto,
de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado.
Pero había más
jugadores en aquella partida. Nuestro instructor en el taller de artes
marciales del Forat de la Vergonya, diseñado para enfrentarnos a las UIP, era
un cubano –como yo, pero este de verdad-. Yuri era un tipo grande y robusto,
campeón nacional de halterofilia –decía-, y cinturón azul de karate, aunque presumía
de tercer dan en Kumité. Y según nuestra investigación, probablemente vinculado
a los servicios secretos cubanos, y a un proyecto mucho más ambicioso donde,
los jóvenes de extrema izquierda, que recibimos sus enseñanzas, y que luego las
ejecutamos en las calles, solo éramos peones. Y los policías agredidos… un daño
colateral.
Siempre es
igual, no importa que estén al extremo derecho o izquierdo de la radicalidad
política… marionetas bienintencionadas movidas por intereses políticos –o
económicos- ocultos.
Acostumbramos a
escribir la historia en clave de buenos (nosotros) y malos (los demás). Como si
el paisaje en que nos movemos estuviese proyectado en blanco y negro. Pero no
es verdad. Hay una gama enorme de colores que dibujan que es verdad y que es
mentira, en función de quien contempla dicho paisaje. Y muchos más factores en
la ecuación.
Más de 80
policías heridos, en los disturbios de la última manifa, son muchos heridos.
Demasiados. Es probable que los responsables estén en los mandos de Interior y su mala gestión
policial de la UIP aquella noche, pero tras mi experiencia personal no puedo
evitar sospechar que quizás han existido otros intereses ocultos moviendo los
hilos en aquellas agresiones. Desafortunadamente, esta vez no había un
periodista armado con una cámara oculta que pudiese ofrecernos pruebas de lo
que se cuece tras las bambalinas de los escenarios de la violencia.
Ojalá esta tarde
no se repita la historia, una vez más…
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